viernes, 8 de mayo de 2009

El Último Verano

Chancay


La amistad a veces es como los seres vivos, nacen, siguen un ciclo evolutivo, se transforman y luego terminan extinguiéndose. Hay algunas que duran mucho tiempo como la vida misma y otras que mueren precozmente afectados por esas adversidades que no se puede controlar; cuando esto sucede solo queda la distancia, el silencio, que con el tiempo nos hará ver como completos desconocidos.
Mariel, Treyes y Fernanda eran mis grandes amigos de aquella época, cuando la inquietud adolescente fluía, cuando luchábamos por encontrar nuestro camino, cuando repicaba en nuestro pecho la angustia de no poder hacer lo que queríamos, cuando nos empezábamos a enamorar y a decepcionar o cuando sigilosos solíamos escapar de casa por la puerta lateral para irnos a bailar.
Los cuatro sabíamos los secretos, las debilidades y las fortalezas de cada uno, por eso quizás nos entendíamos tanto, pero cuando queríamos herirnos lo hacíamos con golpes certeros donde sabíamos dolía más y eso era peligroso. En los últimos tiempos solo eso ocurría, nos reuníamos, disfrutábamos juntos, pero al final terminábamos discutiendo e hiriéndonos, era como si algo se hubiera gastando, quizás era porque nos veíamos menos, cada quien tenía otras responsabilidades que como dijimos una vez, nos absorbía y nos cansaba, nadie estaba contento con lo que hacía y esas angustias, en esa etapa de la vida, crea resentimientos que terminamos descargándolo con quien menos hubiéramos querido, con los más cercanos, con nosotros mismos.
Habían pasado cuatro meses sin comunicarnos, hasta aquella tarde en la que sin querer nos volvimos a ver alla, donde antes nos encontrabamos, y sin planear como era costumbre nuestra, terminamos en la playa Acapulco, alrededor de una fogata en una tarde con lluvia de verano, haciéndonos preguntas incomodas porque así eran las reglas del juego que Fernanda propuso jugar. Esas reuniones se habían hecho tan infrecuentes que todos encontrábamos novedades en cada uno de nosotros, Mariel estaba más estilizada y guapa, Fernanda tenía el cabello más rojizo y había engordado un poco, Treyes se había hecho un extraño tatuaje en el brazo, y según ellos, a mi me había crecido una oreja más que la otra.
Por alguna razón sospeche que esa sería la última vez que nos reuniríamos de esa manera los cuatro juntos, exorcizando nuestro yo interno, sin guardarnos nada como antes, riendo por lo que nos ocurría, o preocupándonos por algún problema o la tristeza que a alguien del grupo aquejaba. Y así como antes, por momentos nos sentíamos los más grandes triunfadores y otras veces los más tontos perdedores, esto último con más frecuencia, porque en el fondo sentíamos que para esta sociedad eso éramos, unos perdedores con proyectos extraños de vida arrinconados en el único lugar donde nos sentíamos libres, cerca del mar, y así éramos felices.
Esa tarde luego de cuatro cervezas, Treyes nos contó que sus papas se estaban divorciando y que se tendría que ir a vivir con su mamá a Trujillo, callamos por un momento contemplando la angustia de Treyes quien siempre tuvo la esperanza de que los problemas de sus padres se arreglarían, hasta ese día. Tratando de animarlo le propusimos otras alternativas para que no se vaya, pero no dependía de él nos dijo, entonces notamos en sus ojos escurridizos que era cierto, él no podía decidir. Luego, como si fuera un juego de confesiones en cadena, Mariel que estaba al lado de Treyes dijo que también quería contarnos un par de secretos, con entusiasmo y rubor en el rostro nos dijo que tenía enamorado, y yo bestia salvaje que no controla sus impulsos cuando cree enamorarse, pegue un grito descontrolado reclamando que como era posible que nunca me lo haya mencionado, todos me miraron extraño, para luego decirme en coro que estaba celoso, y sintiéndome desnudo trate de negarme, pero se que nadie me creyó, y es que en los cuatro meses que anduve sin ver a Mariel me di cuenta que necesitaba de ella, porque siempre a su lado era feliz y me sentía autentico, no se si era amor o quizás solo costumbre, lo que si sabía era que no quería que se aleje de mi, para seguir siendo cómplices, para reír como locos y para burlarnos del mundo como solíamos hacerlo. Luego Mariel continuó, nos dijo que había algo más que tenía que contarnos, entonces su expresión cambio, hizo una pausa y luego casi entre lagrimas nos dijo que pronto viajaría a España, que su mamá había hecho los tramites desde hacía meses y que solo estaba a la espera de la carta de invitación de sus tías, esta vez todos pusimos el grito en el cielo, ella solo atino a abrazar su bolso, y yo tonto egoísta, le dije que por favor no se vaya, ella me miro como nunca antes lo había hecho, con una mirada profunda y cristalina, se seco las lagrimas, suspiro y luego agacho la cabeza, y a mi se me hizo un nudo en la garganta que me duraría meses, mientras una tristeza pesadamente se posaba en mi para no irse en mucho tiempo. Cuando creíamos que las noticias más graves habían pasado Fernanda abrazo a Mariel y se hecho a llorar como una niña, y temblando con voz entrecortada apenas entendible, nos dijo que estaba con tres meses de embarazo, hacia dos semanas que no dormía bien por la preocupación y no sabía que hacer, solo sabía que sus papas la matarían al enterarse. Todos quedamos absortos como si de pronto nos hayan quitado el piso, el aire, la luz . No se cuantos minutos pasaron hasta que reaccionamos, gritamos, discutimos, hablamos de moral sintiéndonos todos culpables de todo, y al final sintiéndonos unos tontos porque no había otra cosa más por hacer en ese momento que abrazar a Fernanda, todo lo demás no era nada comparado con lo que le ocurría a nuestra pelirroja amiga. La fogata se apago, ya eran casi las 7 de la noche y era hora de volver, nadie hablo nada de regreso.
Sentía como si alguien había movido las fichas de ese juego de ajedrez que es la vida y las haya alborotado por completo, para hacernos sentir perdidos e impotentes, para darnos una lección que dolía más de lo que enseñaba. Yo también tenia algo que contarles pero ya daba igual callarme, que podría importar ahora que les diga que me habían botado del trabajo en Lima y que había jalado en la prueba de ingreso a la universidad. Cuando nos despedimos nos abrazamos como nunca, como si supiéramos que ya no nos volveríamos a ver bajo esos parámetros de amistad, porque esta había llegado a su final y solo quedaba dejarla morir. Aunque nos dijimos ¡hasta luego!, ¡suerte!, ¡estaremos en contacto!, sabíamos que era una vil mentira, pues en el fondo, lo que queríamos era alejarnos y escabullirnos por los laberintos de la vida, y así lo hicimos.
Han pasado los años y los días como cuantas olas llegan a la orilla de ese mar que hasta hoy suelo visitar, y cada cierto tiempo he tenido noticia de ellos, cuando esto ocurre siento que hay algo que nos une como una cadena invisible que nos hace cómplices ausentes, y eso me agrada porque significa que algo quedo de lo vivido, después de todo quizás esa también sea una forma de amistad.
Hoy en día Treyes vive en Trujillo, no llego a ser arquitecto o pintor, ni viajo a Francia como quería, se hizo contador, vino a Lima el año pasado con su novia y nos encontramos una tarde. En cuanto a Fernanda tuvo a su hijo que ya tiene 10 años, sus papas nunca intentaron matarla cuando se enteraron que estaba embarazada, hubo una crisis familiar pero la perdonaron, ahora vive con el papá de su hijo en Huacho, ¡ha!, esta demás decir que no se caso con un viejo millonario a quien mataría con sobredosis de diazepan como siempre nos decía tenía planeado hacer. De Mariel les contare que viajo a España con su familia y nunca más volvió a Perú, pero cada cierto tiempo me mandaba cartas y últimamente correos electrónicos y fotos, tiene un novio uruguayo que tiene mi mismo nombre, y según ella se parece mucho a mi, no llego a estudiar turismo para huevear por el mundo como decía ella, es cajera en un centro comercial, pero aun piensa que un día de estos mandará todo al tacho y se volverá mochilera para esta vez si vagar por el mundo, y dice que cuando eso ocurra, me pasará la voz para irnos juntos. En cuanto a mi, aun no he podido concretar ese negocio del que siempre les hablaba, ni pude publicar para Alfaguara , trabajo en una oficina pública, no me he casado, y sigo tocando la guitarra como antes.
Hoy sin querer me puse a escuchar una de esas canciones que tanto nos gustaba y que la cantábamos gritando frente al mar de Acapulco o en el clandestino mirador del cerro San José, entonces los recordé a cada uno, con sus mundos, con sus planes, con sus locuras, los recordé tanto, que hasta puedo sentir el aroma de esa última tarde de verano juntos, mientras aquellas imágenes nuestras discurren por mi mente en color sepia.